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entregadoydocil 52M
3 posts
12/11/2008 12:37 pm
ESCUELA DE AMAS (SEXTA PARTE)


No puedo negar que la sesión con la dómina culturista tuvo su morbo: no
sólo por ese cuerpo atlético perfecto, con la piel suave y tersa, con cada
músculo perfectamente desarrollado, sino también por la claridad con la que
una mujer tan fuerte me dominaba. Hubiera podido hacer conmigo lo que
quisiera, incluso si yo no fuera sumiso ni ella dominatriz. Sin embargo, a pesar
de esta vertiente morbosa, la sesión en sí fue una de las experiencias más
duras que he pasado en la escuela de Lady Úrsula. El tormento fue durísimo y
hubo momentos en los que creí que no podría soportarlo, en los que pensé que
acabaría arrojando la toalla –si es que podía hacerlo- y abandonando para
siempre aquel lugar maldito.
No obstante, debo admitir que la escuela también me ha dado muchas
satisfacciones. En cada sesión, junto al dolor, he encontrado algo de lo que yo
tanto andaba buscando. Han sido en general placeres fugaces: la oportunidad
de besar un pie, de adorar el trasero de una dómina, de servir a un grupo de
señoras, de recibir una caricia de Lady Úrsula…
Pero, seguramente, uno de los momentos más placenteros que he
pasado en esta peculiar institución fue lo que la señora de la casa tuvo a bien
llamar “la iniciación de una esclava”. Unos días antes de que se produjera este
evento, nos convocó a los seis sumisos que servíamos de material de
entrenamiento en la escuela y nos anunció que quería nuestra presencia para
esa velada concreta.
Por sí mismo, eso ya suponía algo excepcional, puesto que
normalmente sólo coincidíamos tres perros por noche, ya que así siempre se
garantizaba que hubiera alguien disponible durante la semana. Sin embargo, lo
que se preparaba para aquel sábado parecía ser algo fuera de lo común. Y
vaya si lo fue.
Evidentemente, todos los sumisos acatamos la orden –de la boca de
Lady Úrsula nunca salían peticiones- y el sábado en cuestión, a la hora
convenida, estábamos totalmente desnudos y metidos en nuestras jaulas. En el
ambiente de la perrera se notaba la tensión. Todos sabíamos que aquélla no
iba a ser una velada cualquiera, podíamos intuirlo. Al parecer, nuestro hocico
de perros se estaba desarrollando a marchas forzadas.
Estuvimos encerrados en silencio durante un espacio de tiempo
indeterminado y, aunque cuesta mucho calcularlo cuando se está en esa
situación, yo diría que permanecimos en aquella situación durante algo más de
una hora. Sólo quien ha vivido algo así puede comprender de qué forma tan
extraña pasan los minutos. Primero, se siente la desnudez: es casi como si el
aire te acariciara en todo momento. Después, empiezan los nervios: ¿cuánto
hará que estamos así? Los primeros ruidos no tardan en escucharse: aunque
ningún perro se atreve a abrir la boca, los más leves movimientos hacen que
las jaulas chirríen. Luego llega el sudor: en parte por los nervios, en parte por la
concentración de ejemplares en una sala relativamente reducida. Ese sudor no
tarda en helarse y entonces aparece el frío. Pero es un frío que no dura, porque
de nuevo nos cubre el sudor. Empieza así un ciclo durante el cual nuestro
cuerpo manifiesta todos los temores que nuestra mente le transmite: ¿qué nos
estará esperando?, ¿qué prepararan nuestras señoras para esta ocasión?,
¿seremos capaces de soportarlo?, ¿estaremos a la altura?, ¿se sentirán
satisfechas nuestras dominatrices?
Es difícil expresar en palabras qué se siente pasando una hora de
espera en la jaula. Es algo que hay que vivir para poder comprenderlo. Esa
situación es, en sí misma, una refinada forma de tortura, pero también un modo
de crear una tremenda ansiedad en el sumiso, ansiedad que se convierte por
un lado en miedo y por el otro en un enorme deseo de servidumbre. Deseo
que, por supuesto, no tarda en canalizarse cuando se cae en manos del ama.
La oscuridad que inundaba la perrera se rompió de forma súbita, como
ocurría siempre en aquel lugar, cuando la señora Lorena abrió la puerta
enérgicamente.
-¡Perros de mierda, despertaos! –nos saludó con su habitual delicadeza-.
Lady Úrsula y sus invitadas se dirigen hacia aquí. Más os vale causarles buena
impresión.
Tuvimos que hacer verdaderos esfuerzos para que nuestros ojos se
acostumbrasen a la luz después de haber permanecido a oscuras durante tanto
tiempo y, a la vez, fuimos adoptando las posturas de ofrecimiento que se nos
habían enseñado, para lo que se hacía necesario luchar con la estrechez de la
jaula. Pero lo cierto es que estábamos bien amaestrados, incluso yo, que era el
último en haberme incorporado a la institución, por lo que enseguida estuvimos
todos a cuatro patas en nuestras jaulas, con las cabezas inclinadas, esperando
la preceptiva inspección por parte de las señoras.
Los tacones que se escucharon procedentes del pasillo anunciaban la
llegada de una legión de dóminas, lo que hizo que la alteración entre los perros
fuese en aumento. Pronto los zapatos que habían provocado aquel estruendo
estaban paseándose ante nosotros. Era lo único que podíamos ver de las
señoras, puesto que levantar la vista se consideraría una desfachatez
merecedora de tremendos castigos, pero era suficiente para comprender que
aquélla iba a ser, en efecto, una velada especial. Pude contar al menos doce
pares de zapatos exquisitos, elegantes, dignas fundas para los pies de las
dominatrices que los calzaban, y también un par de zapatos que se ofrecían
descubiertos, protegidos tan sólo por unas sandalias sin ningún tipo de tacón,
calzado ciertamente sorprendente de ver en aquél lugar.
-¿Qué os parece la mercancía, amigas mías? –preguntó Lady Úrsula.
Hubo un rumor que pareció de aprobación, tras el cual la señora de la
casa se dirigió a una de sus invitadas de forma directa.
-¿Crees que servirán para esta ceremonia?
-Espero que sí. Por su propio bien, espero que sí.
Aquellas palabras provocaron en nosotros el efecto que sin duda
buscaban y estoy seguro de que mi espalda no fue la única que sintió cómo un
escalofrío la recorría.
-Perfecto –respondió Lady Úrsula-. Lorena, abre las jaulas y tráenos a
estos perros a la gran sala.
Acto seguido, los tacones resonaron de nuevo, indicándonos que Lady
Úrsula y sus invitadas se dirigían ya hacia la sala de reuniones de la escuela, la
que se usaba para las clases colectivas y los castigos públicos. La señora
Lorena se encargó entonces de abrir las jaulas una por una, sacándonos de
mala manera de las mismas y colocándonos un collar de perro a cada uno con
su correspondiente cadena. Una vez nos tuvo preparados, cogió de la mano
todas las cadenas y, tirando de ellas, nos arrastró hasta la gran sala.
Avanzamos por el pasillo a cuatro patas, tratando de no perder el ritmo,
y una vez en la sala nos llevó hasta el lugar en el que estaba el trono de Lady
Úrsula. Nos colocó frente a ella, donde permanecimos de rodillas con los ojos
clavados en sus zapatos.
-Bien, perros, mostradles a mis amigas lo bien educados que estáis.
Presentadme vuestros respetos.
Fue curioso, porque lo que ocurrió entonces no estaba previamente
planeado ni lo habíamos hecho antes, pero sucedió de una forma tan natural
que al menos para mí resultó sorprendente. Uno por uno, subimos a cuatro
patas los tres escalones que había hasta el trono y besamos sumisamente los
dos zapatos de la señora de la casa. Fue una adoración sencilla pero
extremadamente bien coordinada, sobre todo teniendo en cuenta que, como
digo, no estaba ensayada.
-Ahora quiero que todas mis invitadas puedan ver bien la mercancía. De
uno en uno iréis subiendo al patíbulo para que puedan observaros.
Empezó entonces un peculiar desfile de modelos. Yo fui el cuarto en
subir al patíbulo que había en el centro de la sala y pasear un poco por él. Me
sentía avergonzado, tremendamente desnudo ante aquellas miradas que me
escrutaban, pero también muy excitado por el morbo que tenía la situación que
estaba viviendo.
Aproveché la altura de aquella tarima para ver algo más de las señoras
que se habían reunido en la escuela aquella noche. Aunque tenía que
mantener la cabeza baja en señal de sumisión, al estar más alto que ellas
podía ver un poco cómo estaba formado el grupo. Pude constatar que,
efectivamente, había once mujeres más aparte de Lady Úrsula y su cruel
ayudante. Nueve de ellas estaban cómodamente sentadas y, aunque no pude
ver la cara de ninguna de ellas, observé por sus cuerpos que debían de formar
un grupo muy heterogéneo en cuanto a edades y aspectos.
Lo que más me llamó la atención fue el hecho de que una de las mujeres
no estuviera sentada como lo estaban las otras, sino que estaba arrodillada. Se
trataba de algo sorprendente, algo que nunca antes había visto en aquel lugar
en el que la supremacía femenina era la norma más obvia de la casa.
Aunque no pude verle la cara, porque tenía la cabeza baja, con su negra
melena larga cayendo hacia delante, pude intuir por su piel que era una mujer
joven, por su cuerpo que era delgada, por su postura que era sumisa… algo
que en ningún momento habría esperado ver en aquel lugar. Sin embargo,
recordé que Lady Úrsula nos había hablado de aquella velada llamándola “la
iniciación de una esclava”. Al principio, yo había pensado que se trataría de
uno de nosotros al que iba a feminizar, a convertir en puta. Nunca habría
imaginado que usar el término “esclava”, en femenino, se refiriera
verdaderamente a la presencia en la escuela de una mujer sumisa.
Después de habernos exhibido ante las demás dóminas, Lady Úrsula
nos ordenó quedarnos de rodillas frente a su trono, aunque en esta ocasión
nos dijo que nos pusiéramos de cara al patíbulo. Teniéndonos allí dispuestos,
como si fuésemos su guardia pretoriana de esclavos, se dirigió a las demás
señoras.
-Todas sabemos por qué estamos aquí esta noche, una noche que va a
ser muy especial, sobre todo para nuestra buena amiga Diana y su perra
marta. Estamos aquí reunidas para ser testigos de la ceremonia de iniciación
de la esclava, de imposición del collar de su dueña. A partir de esta noche,
marta ya no será una sumisa cualquiera, ni siquiera una sumisa a prueba bajo
la protección de Diana. Esta noche se convertirá en su esclava, lo que supone
un vínculo mucho más fuerte, un vínculo indestructible, que unirá para siempre
su destino al de su dueña. Diana, cuando quieras, puedes empezar la
ceremonia.
A pesar de lo reducida que resultaba mi visión de la sala, pude ver
haciendo un poco de trampa cómo una de las señoras, que sería sin duda la tal
Diana, se levantaba de su sillón y subía al patíbulo seguida, a cuatro patas, por
la que iba a convertirse en su esclava, que era la chica a la que había visto
arrodillada y que, por lo que vi ahora, era también la que llevaba las sandalias
sin tacón. Poco a poco, todo empezaba a ir cuadrando.
Diana se situó de pie en el centro del patíbulo y marta se quedó de
rodillas frente a ella. Se notaba en la sumisa una emoción contenida, mezcla
seguramente de nervios y de deseo de llegar a ser lo que de verdad quería ser
para el resto de su vida.
-Desnúdate –le ordenó Diana-. Quiero que todas mis amigas vean bien
el cuerpo de mi perra.
La joven obedeció y se quitó el ligero vestido que llevaba y su cuerpo
desnudo quedó expuesto de inmediato ante las miradas de todas las mujeres
presentes y también la de los perros, puesto que no creo que nadie se quedara
sin hacer un poco de trampa con la mirada, forzando al máximo el ángulo de
visión sin que se notara que se levantaba un poco la cabeza. No llevaba ropa
interior de ninguna clase, por lo que pudimos apreciar que tenía un cuerpo
verdaderamente atractivo, casi de modelo. Era delgada, con un vientre liso
debajo del cual destacaba la ausencia absoluta de vello, puesto que su pubis
estaba totalmente rasurado.
Tenía los pechos más bien pequeños, pero eso no era un problema.
Encajaban perfectamente en el conjunto de su cuerpo, dándole un aire delicado
que contrastaba con el aire salvaje que le otorgaban sus pezones duros y
respingones. Su cara era la de un ángel y sus ojos, verdes, eran sencillamente
preciosos. Una mujer como aquélla debía ser una diosa, debía tener una legión
de adoradores como nosotros, pero no era ése el camino que ella había
escogido. Y eso la hacía más atractiva todavía. Era una Venus nacida diosa
que elegía libremente convertirse en esclava. ¿Podía existir algo más bello que
eso?, ¿algo que resultara más excitante?
Todas las presentes aprobaron con sus sonrisas la calidad de la
mercancía y marta, humildemente, se arrodilló de nuevo frente a su señora.
Lorena subió entonces al patíbulo llevando en una bandeja un collar de perro y
se lo ofreció a Diana.
-Éste es el collar que indica que me perteneces –le dijo a su esclava
mientras lo tomaba en sus manos-. Cuando te lo ponga, dejarás de tener
voluntad propia y pasarás a ser sólo una propiedad mía. Podré hacer de ti lo
que se me antoje, usarte como me apetezca, prestarte a quien quiera, incluso
deshacerme de ti si llegas a cansarme. Tú, por tu parte, no harás en la vida
nada más que servirme. Dejarás tu trabajo, a tus amigos, a tu familia, y te
instalarás en mi casa, donde vivirás sólo para ser mi esclava. ¿Es eso lo que
quieres?
-Es lo que quiero, señora –respondió la sumisa con convicción.
-Piénsatelo bien. Esto ya no es ningún juego, no es una forma diferente
de disfrutar. Es una forma de vida que cambiará totalmente la que has llevado
hasta ahora. ¿Crees que vas a poder hacerlo?


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