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Estatua de Victor Noir
Posted:Dec 24, 2023 9:46 am
Last Updated:May 12, 2024 11:48 am
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Estatua de Victor Noir
es una estatua de bronce a tamaño natural fue esculpida por Jules Dalou para marcar su tumba, en estilo realista, como si hubiera caído en la calle, dejando caer su sombrero. La escultura tiene una protuberancia notable en la bragueta de sus pantalones, y esto parece haber sido causa de que se convirtiera desde los años 1960 en uno de los monumentos más populares para las mujeres que visitan el cementerio. El mito dice que colocando una flor en el sombrero hacia arriba tras besar la estatua en los labios y rozar su área genital pueden aumentar la fertilidad, ayudar a llevar una vida sexual feliz, o, en algunas versiones, conseguir un marido en un año. Como resultado de la leyenda, esos componentes particulares de la estatua de bronce están bastante desgastados.
En 2004 se levantó una valla alrededor de la estatua de Noir para detener a la gente supersticiosa que desease tocar la estatua. Sin embargo, debido a una falsa protesta de la "población femenina de París" está fue retirada.




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TIRAR LA TOALLA: gesto de sumisión
Posted:Dec 22, 2023 7:48 am
Last Updated:May 12, 2024 11:48 am
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"TIRAR LA TOALLA"
Casi todo el mundo conoce esta expresión, que significa rendirse, o abandonar una lucha o un propósito. Normalmente se asocia la expresión al mundo del boxeo, a un gesto con el que el entrenador de uno de los púgiles puede forzar el abandono de su pupilo. Pocos saben en cambio que la frase tiene un origen más antiguo y menos agresivo, relacionado curiosamente con el mundo de las termas romanas.
En la antigua Roma las termas no eran sólo un sitio donde poder bañarse, sino también un lugar de encuentro y de reunión, donde poder urdir las conjuras políticas más oscuras o encontrar el amor de los efebos más bellos de la ciudad. Parece ser que ya en el siglo I d.C. se instauró una especie de ritual precisamente entre los jóvenes que acudían asiduamene a las termas en busca de fama y riquezas y los hombres de media edad que buscaban sus favores. Después de que uno de estos jóvenes había recibido una propuesta concreta, directamente o a través de amigos, se situaba frente a su pretendiente y realizaba una de estas dos acciones: o se hacía un segundo nudo en la toalla en la que iba envuelto haciendo entender que no la aceptaba o la dejaba caer ante el aplauso general de los presentes, que festejaban el nacimiento de una relación.
Ya en una fecha temprana como el siglo II d.C. tenemos las primeras pruebas escritas de la expresión “linteum iactare“, “tirar la toalla”. En unas termas en la actual Turquía se ha descubierto recientemente una placa donde se lee: “Hic Antinous Hadriano linteum suum iactavit“, es decir, “Aquí fue donde Antinoo tiró su toalla a Adriano“, una placa que probablemente señala el inicio de la famosa relación entre el emperador Adriano y el joven Antínoo.
De esta forma, este dejar caer o tirar la toalla comenzó a verse poco a poco como un gesto de sumisión, de rendición al conquistador, por lo que terminó adaptándose también al mundo del boxeo, a través del cual ha llegado hasta nuestro día.
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BUSCO AMA EN ESPAÑA
Posted:Jan 13, 2012 7:47 pm
Last Updated:May 12, 2024 11:48 am
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soy docil y obediente
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EL LADRON QUE FUE VIOLADO (Noticia en un diario ruso)
Posted:May 3, 2009 7:19 am
Last Updated:Feb 24, 2013 5:54 pm
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Una peluquera de la región rusa de Kaluga se vio sorprendida por un ladrón en su centro de belleza, cuando la joven acababa su turno, el pasado 14 de Marzo.
El ladrón, de 32 años y llamado Viktor, irrumpió en el local a las cinco de la tarde, con una pistola y exigiendo el dinero a todo el mundo.

Ahí es cuando aparece en escena Olga, la peluquera de 28 años con conocimientos de artes marciales, que simuló entregarle el dinero a Viktor. Cuando el pobre hombre se relamía de contento, ella le dio un puñetazo y lo tumbó. K.O.

Ató a Viktor con el cable del secador, lo amordazó y se lo llevó al trastero mientras animó al resto a que terminaran de trabajar (no estaba sola en el salón: había más compañeros y algunos clientes que ese día seguro que no intentaron irse sin pagar).

"La policía está al caer" decía la protagonista de nuestra historia.

Peluquera Olga y Mr. Hyde

Pero la Policía no llegó. Los clientes y el resto de empleados marcharon y Olga fue al trastero. Le dijo a Viktor que se quitara la ropa interior e hiciera todo lo que ella le pedía o llamaría a la Policía...

Lo ató al radiador con unas esposas rosas dignas del Sex Shop más cutre y le dio Viagra, para asegurarse que durante las próximas 48 horas el muchacho iba a rendir.

Según Life.ru, cuando Olga dejó marcharse a Viktor, dos días después, éste había sido "exprimido como un limón".

Viktor fue directo al hospital porque tenía sus genitales bastante dañados... y no me extraña. Después se presentó en una comisaría y denunció a Olga.

Para acabar con el surrealismo, Olga se indignó cuando se enteró de la denuncia.

"Es un idiota", dijo. "Sí, lo hicimos algunas veces, pero le compré unos pantalones nuevos, le di de comer y de beber y luego, cuando se marchó, le regalé 1.000 rublos (unos 23 euros, vamos)".

Así que Olga denunció también a Viktor y la Policía tiene un cacao mental de agárrate y no te menees.

"No sé lo que va a pasar... podríamos encarcelar a ambos: a él por robo y a ella por violación", decía un agente en Life.ru.
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ESCUELA DE AMAS (NOVENA PARTE Y ULTIMA)
Posted:Dec 11, 2008 1:09 pm
Last Updated:Oct 4, 2009 10:03 pm
10181 Views

-¿Se puede saber por qué me has mirado a los ojos? ¿Cómo te atreves?
-Perdón, señora –respondí torpemente al verme despertado de mi sueño
de una forma tan abrupta.
-Vamos, desnúdate, perro inútil –me ordenó a gritos.
Yo la obedecí apresuradamente y en unos segundos estuve totalmente
desnudo, con mi ropa en la mano, esperando la siguiente orden. Ella me dio
entonces un golpe sobre la ropa, haciendo que se cayera al suelo, y me ordenó
ponerme de rodillas.
-Quédate ahí y no te muevas. Cuando sea el momento de usarte, ya te
llamaré.
Me dio entonces la espalda y yo, desafiando al cruel destino que me
aguardaba si mi señora Lucía me pillaba en falta, levanté los ojos para
contemplar cómo sus deliciosas piernas se alejaban hacia el centro de la sala.
Dio un par de palmadas y, al momento, otro hombre entró en la habitación. Al
igual que yo, iba totalmente desnudo salvo por el collar de perro que llevaba
alrededor de su cuello y el artilugio de plástico que cubría sus genitales.
Posteriormente sabría que se trataba de un cinturón de castidad, un modelo
llamado CB 6000 que, al parecer, causaba furor en el panorama de la
dominación femenina. En aquel momento, sin embargo, no pude identificar qué
era ni para qué servía.
Estudié al hombre y pude reconocer su rostro. Aunque lo había visto
sólo parcialmente, casi podría asegurar que era el mismo que había conducido
el coche en el que habíamos venido, cosa que tendría su lógica: ese tipo era el
esclavo de Lucía, el perro que ocupaba el lugar que yo soñaba ocupar. Sentí
envidia, rabia, odio y un montón de cosas más hacia aquel hombre, sin ser
ninguna de ellas nada positiva. Era, por otro lado, un ejemplar corriente.
Estatura media, complexión media… no destacaba en nada ni por encima ni
por debajo de lo que podríamos considerar el hombre medio.
-Enciéndeme un cigarrillo –le ordenó Lucía.
Él se lo encendió y, al instante, se arrodilló frente a ella con la boca
abierta. Lucía paseó por la habitación distraídamente, mirando una cosa aquí y
otra allí, mientras su esclavo la seguía por todas partes, manteniendo la
postura. De vez en cuando, ella le echaba ceniza en la boca y seguía después
fumándose el cigarrillo, tranquila al saber que en todo momento dispondría de
su cenicero humano estuviera donde estuviese de la habitación. Era evidente
que aquel tipo estaba ya bastante bien amaestrado.
Cuando se cansó de aquel juego, la señora se sentó y le ordenó al
esclavo hacerle un masaje en los pies. Él se entregó concienzudamente a
aquella tarea, pidiendo antes permiso a su señora para quitarle las medias y los
zapatos. Ante la aprobación de Lucía, el esclavo desnudó aquellos pies divinos
y aquellas piernas perfectas y le realizó un masaje que ella pareció disfrutar
mucho, puesto que se recostó cómodamente en el sofá, cerró los ojos y dejó
que sólo su piel se mantuviera activa para gozar de las atenciones que estaba
recibiendo.
Yo debí reconocer que el otro esclavo tenía su técnica, cosa que me
hizo poner más furioso todavía, al hacerme pensar que, seguramente, llevaría
ya mucho tiempo masajeando aquellos pies, cumpliendo aquel encargo que a
buen seguro recibía muy a menudo. No puedo negar que de nuevo me sentí
frustrado: ¿para qué me había llevado hasta allí Lucía?, ¿para ver cómo era
otro el que la adoraba y servía?, ¿de nuevo había decidido jugar con mi deseo
para humillarme con su rechazo?
Durante casi dos horas, ella siguió con aquel juego. Sin dirigirme la
palabra, sin mirarme si quiera, disfrutó de conceder a su esclavo el privilegio de
llevar a cabo todo tipo de servicios que yo hubiera hecho encantado. Le
masajeó otras partes del cuerpo, besó sus pies durante un largo rato, le sirvió
de reposapiés, le preparó un combinado y, finalmente, le dijo unas palabras
que se clavaron en mí como un hierro candente.
-Te has portado muy bien esta noche. Vamos al dormitorio, porque
todavía tienes que hacer algo por mí. Tienes que darme placer.
El rostro del esclavo se iluminó y supongo que el mío se descompuso.
Lucía, que seguramente lo tenía todo calculado al milímetro, se dirigió entonces
distraídamente a mí, como si justo en ese momento hubiera advertido la
presencia en la sala de ese sumiso con cara de bobo que llevaba dos horas
arrodillado e ignorado.
-Siervo, acompáñanos. Aprende cómo se da placer a una mujer.
Más humillado todavía, seguí a la señora de mis sueños y al esclavo que
me los robaba hasta el dormitorio. Lucía se quitó la falda y el tanga que llevaba
debajo de la misma y se echó sobre la cama con las piernas bien abiertas.
Yo me quedé de nuevo inmovilizado ante aquella visión, incapaz de
apartar mis ojos de lo que estaba viendo: un monte de Venus cuidadísimo que
encerraba el objeto de mi deseo, los labios que más deseaba, el sexo que me
sometía en la distancia. De pronto, una voz rompió el hechizo al que me veía
ligado.
-Siervo, ¿debo darte otro bofetón para recordarte que debes mirar al
suelo?
Inconscientemente, mis ojos se dirigieron entonces al rostro de mi
señora, que estaba presidido por una maliciosa sonrisa.
-Perdón, señora –respondí mientras bajaba la cabeza.
-Aunque… pensándolo bien… -añadió ella- tal vez no sea tan mala idea
que veas esto. Sí, está bien. Te permito ver lo que ocurrirá en esta cama.
Puede ser muy instructivo para ti, por si algún día una mujer decide usarte para
su placer.
Cada una de sus palabras me hería más que la anterior, como también
lo hizo ver cuál era la siguiente orden que le daba a su esclavo.
-Cómeme el coño, perro.
Se notaba en Lucía que estaba tremendamente excitada y, por ese
motivo, dejándose de juegos y parafernalias, sólo quería tener la cálida lengua
de su esclavo trabajando intensamente en la búsqueda de su placer. El cuerpo
que yo tanto idolatraba se convulsionaba, su garganta emitía gemidos y gritos
de distinta intensidad y su mano, nerviosa, agarró una fusta con la que ir
marcando el ritmo a su perro o, sencillamente, descargar la adrenalina
acumulada sobre la espalda del sujeto.
Una breve cadena de intensos gritos anunció la llegada del orgasmo,
que la señora acompañó de una descarga de fustazos que el esclavo aguantó
con resignación. Después, apartó la cabeza del perro y se quedó tumbada
unos instantes, recuperando poco a poco la calma y el ritmo respiratorio
normal. Cuando lo hubo hecho, se dirigió a su esclavo.
-Lo has hecho bien. Tu ama está contenta.
-Gracias, mi ama. Yo también estoy contento de servirla.
-Ha sido un buen orgasmo y esto me recuerda algo. ¿Cuándo tuviste tú
el último?
-Hace un mes y medio, señora.
-¿Un mes y medio? Eso es mucho tiempo. Demasiado tiempo para estar
privado de algo tan bueno como esto, ¿no te parece?
-Usted decide cuándo puedo tenerlo, mi ama, no me corresponde a mí
elegirlo.
-¿Te gustaría tener uno esta noche?
-Sí, ama, me gustaría mucho –en la voz del esclavo se apreciaba la
ansiedad lógica de ver la posibilidad de conseguir un orgasmo después de todo
aquel tiempo de tenerlo denegado.
-Está bien. Hoy te lo concedo. Es más, vas a tener un premio especial.
No tendrás que hacértelo tú, como es habitual.
Lucía se llevó entonces la mano a la cadena de oro que llevaba colgada
del cuello y se la quitó. Pude ver entonces que, colgada de ésta, había una
pequeña llave que la señora dirigió al aparato de plástico que el esclavo llevaba
sobre el pene. La puso en una cerradura que tenía aquel instrumento y, al
momento, éste se abrió. El sumiso se mostró aliviado al poder tener su
miembro, que estaba semierecto, liberado de la angustia que le debía de
provocar aquel reducido espacio, y se puso más que contento cuando notó la
mano de su ama acariciándoselo.
En apenas unos segundos, su polla estaba tan dura como una piedra y
Lucía dejó de tocarla al instante, advirtiendo el riesgo de que su esclavo,
después de tanto tiempo de privación, no pudiera aguantar más y se corriera
sobre sus dedos.
-Dime, siervo, ¿has chupado alguna vez una polla?
La pregunta me pilló desprevenido, dejándome totalmente fuera de
juego. Aun así, pude responder que no, que nunca lo había hecho.
-Pues ya va siendo hora de que lo hagas. Mi esclavo necesita
urgentemente conseguir un orgasmo y, ya que tenemos aquí a una puta como
tú, no tiene ningún sentido que tenga que provocárselo él mismo con la mano.
Acércate.
Yo no entendía nada. Nunca había hecho algo como lo que ahora se me
ordenaba, ni siquiera me había planteado la posibilidad de tener que hacerlo
algún día. Yo quería servir a Lucía, pero a ella, no a su esclavo. Quería adorar
su sexo, buscar su placer, no el de aquél ni el de cualquier otro hombre.
-Más te vale obedecerme, estúpido –añadió ella al ver que no me movía-
, o tendré que castigarte yo y pedir a Lorena que lo haga también ella cuando
estés de nuevo en la escuela.
Las perspectivas no podían ser peores: dos castigos, uno por parte de
Lorena, y el disgusto de mi soñada Lucía. Y la alternativa me resultaba
repugnante. No me apetecía nada meterme en la boca el sexo de aquel tipo y,
además, no me gustaba la idea de que Lucía me hubiera llevado hasta allí sólo
para eso, sólo para rebajarme tanto. Una rabia fortísima me quemaba por
dentro, pero no fue lo bastante fuerte para impedir que mis rodillas empezasen
a avanzar hacia donde estaban el ama y su esclavo, ni tampoco para evitar que
mi boca se abriera y acogiera en su interior el sexo duro, caliente y ya húmedo
del hombre que ocupaba el lugar que yo tanto anhelaba.
Venciendo la repugnancia inicial, moví mi cabeza con esmero, tratando
de acabar con aquello lo antes posible, cosa que no fue difícil debido a las
ansias que el esclavo tenía de descargar toda su frustración acumulada
durante mes y medio de castidad forzada. Así que la descargó rápidamente,
pero en abundancia. Cuando sentí aquel líquido caliente y espeso inundando
mi boca tuve que abrirla y dejarlo caer al suelo, en lo que fue una reacción
instintiva que me valió un duro fustazo en la espalda.
-Me estás ensuciando el suelo, estúpido. Asegúrate de que mi esclavo
está satisfecho ya con su premio y, después, límpialo todo con la lengua.
Entendiendo que había caído todo lo bajo que se podía caer, me dejé
llevar y cumplí todas aquellas órdenes. Terminé de dar placer a aquel esclavo
hasta que su corrida fue definitiva y, después, lamí con cuidado todo su sexo y
recogí con mi lengua todo el líquido que había caído al suelo.
Cuando estuvo todo tal y como Lucía consideró óptimo, invitó a su
esclavo a meterse en ella en la cama y me ordenó a mí acurrucarme a los pies
de la misma.
-Mañana por la mañana podrás irte, siervo. Esta noche prefiero que te
quedes aquí por si necesito algo más, que no quiero cansar más a mi esclavo.
Pero no lo hizo. No requirió mi atención en toda la noche, a pesar de lo
cual no pude dormir en ningún momento, en parte por la esperanza de ser
usado y en parte por el vivo recuerdo de todo lo vivido durante aquella dura
velada. De nuevo me había ignorado y de nuevo lo había hecho de la forma
más cruel, decidiendo finalmente humillarme tanto como le había sido posible.
Recordé la pregunta que me había hecho en el coche y volví a formularla para
mis adentros. Me pregunté a mí mismo si la odiaba o la deseaba. Quise
responder que la odiaba, pero no pude. La verdad era que, a pesar de todo lo
ocurrido, o tal vez gracias a todo lo ocurrido, la deseaba.
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ESCUELA DE AMAS (OCTAVA PARTE)
Posted:Dec 11, 2008 1:00 pm
Last Updated:May 12, 2024 11:48 am
10216 Views

Las veladas en la escuela eran siempre especiales. Cuando no por un
motivo por otro, siempre acababa descubriendo nuevas sensaciones, nuevas
posibilidades, formas distintas de disfrutar de un juego al que me había vuelto
enteramente adicto. A pesar del dolor, a pesar de la falta de verdadera
dominación que yo deseaba vivir, convertido en un mero banco de pruebas,
debo reconocer que gozaba mucho de aquella situación.
Aun así, sería absurdo negar que lo que yo quería era otra cosa. Mi
meta era ser el esclavo de una mujer, no sólo el pedazo de carne sobre el que
mejoraba sus técnicas de castigo. Encerrado en mi jaula, aguardando el
momento de ser usado, soñaba despierto con la posibilidad de ver mis deseos
convertidos en realidad.
Y siempre había dos mujeres que tenían un especial protagonismo en
aquellas fantasías mías. Se trataba de Lady Úrsula y de Lucía. La institutriz del
centro, por su forma de ser, por ese carácter divino del que parecía estar
siempre revestida, haciendo de la dominación algo tan natural, tan obvio, que
uno no podía siquiera imaginar la posibilidad de no someterse a sus antojos.
Elegante, bella, arrebatadora.
De Lucía se podría decir lo mismo. Tal vez incluso se debería hacer más
hincapié en su belleza, que tantos años después de nuestro paso por el
instituto seguía siendo sencillamente impresionante. Sin embargo, su forma de
dominar era distinta a la de Lady Úrsula o, por lo menos, esa sensación me
había dado a mí en los breves contactos que habíamos mantenido. Era más
directa, más ruda y, seguramente, más sádica. No sé si manías mías o fue
realmente así, pero tengo la sensación que Lucía fue de lejos la mujer que me
cabalgó con más ímpetu la noche de la clase magistral de la señora de la
escuela sobre el uso del arnés consolador.
Y el rechazo al que me había condenado posteriormente, con la
humillante escena vivida en la perrera, me demostró que era una mujer
francamente retorcida, que disfrutaba muchísimo condenándome a ese
ostracismo que quemaba mi ser con más fuerza que cualquier latigazo.
Pero precisamente era eso lo que más me atraía de ella. Sin saberlo o
tal vez sabiéndolo perfectamente, su desinterés por mí, su dulcemente
perversa forma de ignorarme, hacía crecer en mi interior un deseo mayor
todavía de servirla.
Por otro lado estaba Lorena. Ella nunca aparecía en mis sueños de
servidumbre, sino sólo en mis pesadillas. Con el tiempo había aprendido a
temerla más que a nadie en toda la escuela. Y eso que había mil y un
momentos en los que el miedo estaba más que justificado: por ejemplo cuando
una dominatriz novata, sin experiencia previa, aprendía a usar el látigo sobre
mi espalda. O cuando otra decidía experimentar cuán difícil podía ser penetrar
mi culo sin usar lubricante alguno. O cuando alguna quería saber qué efecto
produce arrancar de forma salvaje unas pinzas metálicas de cualquier parte de
mi cuerpo.
Aun así, la señora Lorena era la que se llevaba la palma a la hora de
provocar en mí –y creo que en el resto de mis compañeros de jauría- un
sentimiento más grande de temor. Sabíamos que era una sádica sin
escrúpulos, que disfrutaba tal vez más que cualquier otra de las mujeres que
pasaban por el centro provocando dolor. Sabíamos también que acostumbraba
a estar de mal humor y que le encantaba descargar su ira sobre nosotros. Y
podíamos intuir, por el trato que nos dispensaba, que nos despreciaba a todos.
A diferencia de Lady Úrsula, que nos brindaba de vez en cuando una palabra
de ánimo o nos mostraba su satisfacción por nuestra conducta,
concediéndonos de este modo el mayor premio al que podíamos aspirar,
Lorena se mostraba siempre irascible, agresiva, intratable.
Y para mi desgracia, siempre que yo estaba soñando con mis
idolatradas Lady Úrsula y Lucía, era Lorena la que venía a abrir mi jaula. Solía
hacerlo para ponerme a disposición de alguna clienta, cosa que yo acababa
agradeciendo, puesto que las veces en que venía sola a buscarme era para
castigarme ella misma y eso, como ya he explicado, no era algo que me
resultara especialmente estimulante.
Sin embargo, una de las noches en que estaba metido en la jaula
esperando ser asignado a la dómina que requiriese mis servicios, mis sueños
se hicieron realidad. Lorena entró en la sala –había aprendido a identificar el
fuerte y amenazante ruido de sus tacones-, pero no lo hizo sola. Pronto pude
ver ante mí las botas negras de la pelirroja y unos delicados pies cubiertos por
unas medias negras y unos zapatos de un tacón altísimo que revelaban el
carácter marcadamente dominante de quien los calzaba.
-Hoy no lo han usado todavía. Irá bien para sus propósitos.
-Desde luego. Que se vista. Lo esperaré en el vestíbulo.
Me sentí desconcertado. Nunca antes ninguna mujer me había hecho
vestir. Tal vez quisiera ser ella misma la que me arrancara la ropa y por eso
quería que la tuviera puesta. Como ya he dicho, en esta escuela uno nunca
deja de sorprenderse. No obstante, no era esto lo que más me había llamado la
atención. Había algo más, algo que apenas me atrevía a pensar. Me había
dado la impresión de que conocía esa voz… y no sólo eso… esa voz era… no,
no era posible que lo fuera… ¿sería de verdad la voz de Lucía? ¿Habrían
llegado a los oídos de esa Diosa mis silenciosas súplicas de entrega?
Lorena me arrastró fuera de la jaula y, dándome una patada en el culo,
me ordenó ir a vestirme primero y dirigirme al vestíbulo después. Me puse la
ropa apresuradamente, excitado como nunca ante la posibilidad de estar a los
pies de Lucía, pero tratando de frenarme a mí mismo, prohibiéndome en la
medida de lo posible concebir ilusiones que pudieran después tornarse en
decepciones. Al fin y al cabo, no podía olvidar la forma tan cruel en que me
había rechazado la última vez.
Cuando llegué al vestíbulo pude confirmar que, por lo menos, no me
había equivocado al identificar su voz. Una rápida mirada furtiva me permitió,
antes de bajar la cabeza como era mi obligación, ver que era Lucía la señora
que se había interesado por mí.
Lady Úrsula, que también estaba presente, se acercó a mí y me explicó
cuál era la situación.
-Esta señora, que no sólo es clienta habitual de la escuela sino también
una buena amiga mía, quiere usarte esta noche. Pero no te quiere para una
sesión como las que normalmente has ido teniendo aquí. Te quiere para toda la
noche y te quiere para llevarte a su casa. ¿Te supone eso algún problema?
-No, Lady Úrsula.
-Bien, así me gusta. Espero no tener ninguna queja sobre tu
comportamiento.
-Estoy segura de que no me decepcionará –intervino Lucía usando un
tono dulce que a duras penas escondía el sentido perverso de la frase.
-Más le vale no hacerlo –remató Lady Úrsula-. Si lo hace, será
severamente castigado. Lorena se encargará de ello.
Con esta última amenaza grabada a fuego en mi mente, salí de la
escuela siguiendo a la que iba a ser mi ama durante toda la noche. ¿Podía
considerarla mi ama? ¿Iba a ser verdaderamente eso, aunque sólo de forma
temporal, y no una más de mis torturadoras?
Me indicó cuál era su coche, un Audi negro que brillaba en la oscuridad,
y me ordenó subir.
-Hazlo detrás, irás conmigo.
Aquella frase me desconcertó un poco, pero una vez dentro, pude ver
que había un hombre sentado al volante. El Audi ya me había impresionado,
pero lo del chofer me dejó sencillamente sin habla. Para haber pasado por el
mismo instituto, era evidente que la vida nos había ido de forma muy distinta a
Lucía y a mí. Y no sólo por el hecho de que ella fuera mi Diosa y yo, a duras
penas, aspirara a ser su siervo.
Durante el trayecto, Lucía me hizo varias preguntas sobre mí,
centrándose todas ellas en mi sumisión. Quiso saber cómo, cuándo y por qué
me había empezado a sentir atraído por estas prácticas, qué experiencias
había vivido, cómo había llegado a formar parte de la perrera de la escuela,
qué sensaciones había vivido allí…
Yo le fui respondiendo con sinceridad, aunque sin entrar en muchos
detalles. Bastante nervioso estaba ya como para poder meditar bien mis
respuestas. Sin embargo, las últimas preguntas eran auténticos dardos que
buscaban clavarse en lo más profundo de mis pensamientos.
-¿Qué sentiste al saber que tu antigua compañera de instituto era la
mujer que te estaba partiendo el culo?
-Vergüenza, pero también excitación.
-¿Esperabas que volviera a usarte?
-Sí, señora.
-No lo digas sólo porque piensas que debes decirlo. Dime la verdad.
-Lo esperaba, señora.
-¿Qué pensaste cuando no fuiste el elegido la siguiente vez que visité la
escuela?
-Pensé que usted era libre de elegir a quien quisiera.
-Muy diplomático. ¿Te jodió no ser tú?
-Sí, señora.
-¿Te cabreaste conmigo?
-Sí, señora.
-Pobrecito. Y desde entonces, ¿me has odiado o me has deseado?
-La he deseado, señora. La he deseado mucho.
-Entonces alégrate. Estás en mi coche y, fíjate, estamos llegando ya a
mi casa. Seguro que es más de lo que esperabas.
En efecto, era mucho más de lo que podía haberme atrevido a soñar. Me
sentía como transportado al cielo cuando atravesábamos la puerta del chalé,
aunque poco sabía en ese momento que la velada me depararía aún muchas
más sorpresas.
La primera se produjo cuando se quitó el abrigo que en todo momento
había llevado puesto y apareció ante mí el vestido de dómina que todo esclavo
sueña ver alguna vez. La señora Lucía iba enteramente vestida en tonos
negros: corpiño de cuero negro, minifalda de brillante látex negro, medias
semitransparentes negras y los ya comentados zapatos negros de tacón alto.
Me quedé embelesado contemplándola, preguntándome si podía ser
verdad lo que estaba viendo. ¿Acaso me había tocado la lotería de los sumisos
y aún no me había enterado? Contemplé su cuerpo perfecto en todo su
esplendor, realzado por la hechizante vestimenta de dominatriz que lo cubría y
embellecía, que lo subía a un pedestal para que yo lo adorara. Podría haberme
pasado el resto de mi vida quieto, sin mover ni un solo músculo, convertido en
una estatua viviente dedicada únicamente a disfrutar del placer inmenso que
me provocaba aquella visión.
Ella se acercó a mí. Sus tacones arrancaban gemidos al frío suelo a su
paso, su perfume se hacía más intenso, su sonrisa diabólica me poseía y, en
ese momento, su mano estalló contra mi mejilla.
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ESCUELA DE AMAS (SEPTIMA PARTE)
Posted:Dec 11, 2008 12:48 pm
Last Updated:May 12, 2024 11:48 am
10216 Views

-Estoy segura de conseguirlo, señora. Es lo que más deseo y sé que
usted sabrá guiarme por ese camino.
La escena era realmente impresionante. La determinación de aquella
joven era admirable. Su aspecto frágil contrastaba con la seguridad con la que
aceptaba un camino que muy pocos estarían dispuestos a emprender. Yo
mismo, con todos los deseos que tenía en mi interior de convertirme en el
siervo de una señora, ¿sería capaz de algo como aquello?, ¿sería capaz de
dejarlo todo a cambio de convertirme en un verdadero esclavo?
Pero la determinación de marta estaba a punto de ser puesta a prueba
de una forma que ni ella misma podía imaginar.
-Muy bien, perra –le dijo su señora-. Durante los últimos meses me has
demostrado que puedes llegar a convertirte en una buena esclava. Me has
servido bien, aunque de vez en cuando he tenido que corregirte de forma
severa. Pero eso no basta para que puedas llevar mi collar. Para conseguir
este collar, debes superar una última prueba. ¿Estás dispuesta?
-Lo estoy, señora.
-Muy bien. En ese caso, lo dejo todo en manos de Lady Úrsula, que es
quien ha diseñado la prueba.
Nuestra señora subió entonces al patíbulo, se abrazó con Diana y le
pidió a ésta que ocupase el trono durante la ejecución de la prueba. Una vez la
señora Diana se sentó en ese sitio de honor en el que, hasta aquel momento,
yo sólo había visto a la señora de la escuela, Lady Úrsula se dirigió a todas las
asistentes.
-Como bien sabéis, nuestra buena amiga Diana ha tenido siempre muy
clara cuál es su tendencia sexual. Y aunque se ha divertido en muchas
ocasiones castigando a algún machito, todas sabemos qué es lo que de verdad
le gusta. Desde hace un tiempo, la hemos visto con marta. Esta muchacha es
en cierta forma su alma gemela. Es la sumisa que se complementa con la
dominatriz a la que nosotras conocemos y es, también, como nuestra buena
amiga Diana, una lesbiana convencida.
Las mujeres de la sala estallaron en una ovación hacia Diana que ésta
agradeció levantándose y saludándolas.
-Para nosotras es un motivo de alegría que nuestra amiga sea feliz –
continuó Lady Úrsula-. A todas nos es grato ver que ha encontrado en marta a
la esclava que quiere tener bajo sus pies. Sin embargo, hay algo que no
podemos olvidar. Nosotras somos fervientes defensoras de la superioridad
femenina. Nosotras somos las dueñas y los hombres los esclavos, los
perros, la escoria de este mundo. Nosotras mandamos y ellos obedecen.
Nosotras castigamos y ellos sufren. Nosotras penetramos y ellos nos ofrecen
sus culos. Por eso, no podemos olvidar que marta ha roto este nuevo equilibrio
que nosotras queremos imponer. Ella, estando destinada a ser una dómina, ha
decidido ser una esclava. Bien es cierto que se ofrece a otra mujer pero, aún
así, rompe nuestro patrón. Por eso, durante la ceremonia de esta noche,
vamos a darle lo que ella ha pedido a gritos: vamos a rebajarla al máximo,
vamos a humillarla tanto como sea necesario para que definitivamente pierda
su condición de mujer superior y pueda convertirse en una auténtica perra
esclava. Te repito la pregunta de tu señora. ¿Estás dispuesta a soportar esta
prueba, sea la que sea?
-Lo estoy, Lady Úrsula –reiteró marta.
-Muy bien. Pues prepárate a saber a qué tendrás que enfrentarte.
Lorena, tráeme a los perros.
La señora Lorena se acercó a nosotros y, cogiéndonos por las cadenas,
nos arrastró hasta el patíbulo.
-Estos los seis perros que sirven de material en la escuela –le
explicó Lady Úrsula a una sorprendida marta-. Aquí usados por las
aprendices, que los castigan sin piedad, que disfrutan de ellos sin preocuparse
de nada. Estos desgraciados vienen aquí a recibir dolor y humillación, nada
más. Aun así, cuando ven a una mujer con las botas altas o con la fusta en la
mano, cuando una les concede el privilegio de escupirles en la cara o de
lamerles el culo, estos estúpidos perros se excitan. Sus pollas se levantan, se
humedecen, se preparan para un placer que nunca les llega. Siempre se tienen
que volver frustrados a sus casas, sin haber obtenido recompensa alguna por
su entrega. En el mejor de los casos se harán una paja, pero nada más. Por
eso deben de ser perros en celo. Perros deseosos de poseer a una mujer, de
clavar sus inútiles pollas dentro de una de nosotras. ¿Es así, perros?
Ninguno de nosotros se atrevió a responder, por lo que nuestra señora
nos animó a hacerlo.
-Hablad sin miedo. ¿Es así?
-Sí, señora –fuimos respondiendo tímidamente entre las risotadas
generalizadas de las presentes.
-Pues ya podéis iros olvidando de eso. Ninguna de mis amigas amas os
lo va a permitir jamás. Aquí no venís a follar. En todo caso, venís a ser follados.
¿Está claro?
-Sí, señora –respondimos al unísono.
-Sin embargo, esta noche es diferente. Esta noche tenemos a una perra
con nosotras, cosa que no es nada habitual. Y aunque una mujer no puede
rebajarse a tener sexo con unos perros como vosotros, una perra sí puede
hacerlo. Ésta es la prueba, marta –remató Lady Úrsula dirigiéndose a la joven,
que la miraba con unos ojos como platos y con el cuerpo casi temblando de
pavor-, vas a tener que entregarte a estos perros, que podrán usarte a su
antojo.
Al oír aquellas palabras, también mis ojos y los de mis compañeros se
abrieron por la tremenda sorpresa. ¿De verdad íbamos a disponer de aquel
privilegio?
Lady Úrsula soltó unas grandes carcajadas al ver nuestras expresiones
de incredulidad y de innegable deseo.
-Vaya, a los perros sí que les gusta la idea. Me alegro, porque quiero
que rebajéis al máximo a la pequeña marta. Pero tampoco quiero que lo
disfrutéis al cien por cien. Lorena, pínzales los pezones a estos cerdos. No
quiero que olviden en ningún momento cuál es su condición. Esto no se hace
para su placer. Como siempre, siguen siendo meros instrumentos.
La señora Lorena nos puso a cada uno de los perros unas pinzas
metálicas en los pezones que se unían con una cadenita. Eran verdaderamente
dolorosas, pero nosotros apenas nos dábamos cuenta del suplicio. Nuestras
miradas no se apartaban ni un instante del cuerpo de la que iba a ser nuestra
víctima, que sudaba visiblemente ante el tormento que le aguardaba.
Una vez pinzados, Lady Úrsula y su ayudante dejaron el patíbulo y nos
ordenaron empezar nuestro cometido. Nos abalanzamos sobre la pobre marta
como verdaderos perros en celo. Olvidando por completo nuestra condición
humana, que sólo existía fuera de aquellas paredes, nos entregamos a una
lujuria tan intensa que nos convirtió en auténticos salvajes. Ella se resignó en
silencio, derramando unas pocas lágrimas, sufriendo devotamente la mayor de
las humillaciones posibles, al ser vejada por un grupo de salidos frente a la
atenta mirada de su señora y de las amigas de ésta.
El cuerpo de la sumisa se vio rápidamente cubierto de lenguas, de
manos. Dedos ansiosos buscaban sus agujeros, pellizcaban sus diminutos
pechos, profanaban su cuerpo de diosa. Pronto nos organizamos para
aprovechar al máximo aquella oportunidad que, seguramente, sería única.
Pusimos en marcha una extraña coreografía que seguía un infame guión no
escrito. Uno agarraba con fuerza la cabeza de marta y le metía su sexo en la
boca mientras otro la cabalgaba salvajemente. Otro la lamía toda, babeándola,
llenándola de suciedad. Los demás nos pajeábamos aguardando nuestro turno,
preparándonos para ocupar el puesto de alguno de nuestros compañeros.
Pronto su culo fue también destino para uno de nosotros: no se debía
desaprovechar ninguna de las entradas. Le dimos la vuelta, cambiamos de
postura, le obligamos a ser ella quien hiciera las pajas a dos manos.
Nos intercambiábamos continuamente los papeles y ella no era capaz de
identificar qué polla tenía en cada sitio, a quién tenía dentro o a quién se la
estaba chupando. El frenesí del momento era incontrolable. Nosotros nos
empujábamos los unos a los otros, incapaces de ser civilizados ni durante un
solo segundo, entregados como estábamos a disfrutar de aquel festín de la
carne.
Las señoras nos observaban en silencio, pero nosotros no nos dábamos
ni cuenta. Sólo existía la búsqueda de nuestra propia satisfacción, la lucha por
conseguir un palmo de piel de aquella chica. Ella, sin embargo, sí que prestaba
atención al resto de mujeres. Sentía cómo se clavaban sobre ella los ojos de
todas y saboreaba en silencio la amargura de la humillación. Siempre que le
era posible, dirigía sus ojos hacia los de su señora, buscando en ellos
compasión y entregando a su dueña, en todo caso, la ofrenda que ésta había
requerido.
La excitación del momento y las ansias acumuladas durante largo
tiempo jugaron a favor de nuestra víctima, puesto que no tardamos en ir
llegando a orgasmos salvajes que daban pie a eyaculaciones a presión. Pronto,
el cuerpo de la joven y todos sus agujeros estuvieron llenos de nuestro semen.
-Es suficiente –dijo entonces Lady Úrsula-. Perros, permaneced de
rodillas. Tú, marta, levántate.
La muchacha, sucia de nuestras babas y eyaculaciones, se levantó en el
centro del patíbulo. Aun debajo de toda aquella capa de porquería, se la veía
digna. En el fondo, tenía motivos para estarlo. Le había ofrecido a su señora lo
más valioso que podía ofrecerle: abandonarse por completo, entregarse sin
condiciones, sufrir lo que se le impusiera sin rechistar, aceptándolo aunque
fuera lo más opuesto posible a sus gustos o preferencias. Eso era verdadera
entrega y, por lo tanto, era motivo de orgullo para ella.
-Diana, ¿qué te parece? –quiso saber nuestra señora- ¿Ha superado la
prueba?
-La ha superado, sin duda –respondió Diana. En su voz había
satisfacción, orgullo, se diría que el comportamiento de su sumisa la había
impresionado, como si hubiera sido mejor de lo que ella misma esperaba.
-¿Merece entonces llevar tu collar?
-Lo merece.
-Pues vamos a continuar con la ceremonia. Pero antes, hay que limpiar
a esta chica. ¡Perros, lamed todo su cuerpo hasta que no quede ni rastro de
vuestra sucia leche!
Dudamos unos instantes. Lamerla significaba pasar la lengua por los
restos de nuestros compañeros y eso era algo asqueroso. En alguna ocasión,
alguna dominatriz me había obligado a pajearme hasta correrme y a lamer mi
propio semen. Eso ya era en sí algo bastante repugnante, pero la idea de tener
que tragarme el de los demás era mucho más repulsiva todavía. Lorena se
acercó a nosotros y, repartiendo severos fustazos, borró de nuestras mentes
cualquier rastro de duda.
En apenas unos minutos, la sumisa estaba reluciente y no quedaba
sobre ella ni el más mínimo rastro de esperma. Aun así, antes de continuar con
la ceremonia, Lorena dirigió hacia ella una manguera y el agua eliminó también
de ese modo cualquier rastro de nuestras babas.
Para entonces, nosotros estábamos de nuevo frente al trono del salón y
toda nuestra atención se centraba en las pinzas que llevábamos en los
pezones. Durante el tiempo en que habíamos estado abusando de marta ni
siquiera habíamos reparado en ellas, pero una vez alcanzado el orgasmo, su
dolor se había hecho más presente que nunca.
Revolvíamos tímidamente nuestros cuerpos, intentando atraer la
atención de Lady Úrsula para que nos liberara de aquel tormento, pero
nuestros esfuerzos fueron inútiles. La ceremonia continuaba y nuestra señora
sólo estaba pendiente de su evolución.
La señora Diana, de nuevo en el centro del patíbulo, puso el collar
alrededor del cuerpo de marta, certificando al cerrarlo que ésta se había
convertido en su esclava. Al instante, la muchacha se arrojó a los pies de la
que era ya su dueña y los besó con ansia. Su señora sonrió y la dejó hacer
durante unos segundos, tras los cuales se agachó y la ayudó a levantarse.
Cuando la tuvo de pie, la abrazó y la besó apasionadamente en la boca, lo que
provocó un estallido de aplausos entre el resto de las señoras.
-Ya sabía que podías ser una buena esclava, pero esta noche me has
demostrado que eres capaz de cualquier cosa por tu dueña. Eso es algo que
valoro mucho, créeme, y que nunca olvidaré. Tampoco quiero que tú lo olvides.
Quiero que recuerdes siempre hasta qué punto has sido capaz de rebajarte
para satisfacerme. Sin embargo, no quiero que sea un recuerdo doloroso, sino
feliz. No pienses en lo que esos cerdos te han hecho. Piensa en lo que ellos
han hecho por ti: te han convertido en la mejor de las esclavas.
-Tienes toda la razón –intervino Lady Úrsula-. Pero a mí me ha dado la
impresión de que los cerdos en cuestión se lo han pasado bien. Y eso no me
ha gustado demasiado. A pesar de que marta sea una esclava, me parece que
debería tener la oportunidad de vengarse de estos perros si es que le apetece
hacerlo.
-La decisión es tuya, marta –le dijo Diana a su perra-. ¿Quieres vengarte
de ellos?
La esclava nos lanzó una perversa mirada que hacía temer lo peor justo
antes de responder afirmativamente, lo que supuso más aplausos por parte del
resto de las presentes. Lorena nos condujo de nuevo al patíbulo y allí
quedamos a merced de marta, quien demostró que, a pesar de su condición
sumisa, tenía un lado sádico muy desarrollado.
Durante un buen rato, nos las hizo pasar canutas entre los vítores de las
dueñas asistentes. Al final de la velada, nuestros cuerpos estaban destrozados.
La muchacha se había esmerado. A pesar de ello, aun sintiendo el escozor de
la piel abierta por los latigazos, aun notando sobre los pezones el dolor hiriente
de las pinzas que los habían aprisionado y que ella había arrancado de una
forma brutal… no podía negar que aquélla había sido una velada fantástica.
Seguramente, de las más morbosas que había vivido en la escuela. Al menos,
de las vividas hasta ese momento.
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ESCUELA DE AMAS (SEXTA PARTE)
Posted:Dec 11, 2008 12:37 pm
Last Updated:May 12, 2024 11:48 am
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No puedo negar que la sesión con la dómina culturista tuvo su morbo: no
sólo por ese cuerpo atlético perfecto, con la piel suave y tersa, con cada
músculo perfectamente desarrollado, sino también por la claridad con la que
una mujer tan fuerte me dominaba. Hubiera podido hacer conmigo lo que
quisiera, incluso si yo no fuera sumiso ni ella dominatriz. Sin embargo, a pesar
de esta vertiente morbosa, la sesión en sí fue una de las experiencias más
duras que he pasado en la escuela de Lady Úrsula. El tormento fue durísimo y
hubo momentos en los que creí que no podría soportarlo, en los que pensé que
acabaría arrojando la toalla –si es que podía hacerlo- y abandonando para
siempre aquel lugar maldito.
No obstante, debo admitir que la escuela también me ha dado muchas
satisfacciones. En cada sesión, junto al dolor, he encontrado algo de lo que yo
tanto andaba buscando. Han sido en general placeres fugaces: la oportunidad
de besar un pie, de adorar el trasero de una dómina, de servir a un grupo de
señoras, de recibir una caricia de Lady Úrsula…
Pero, seguramente, uno de los momentos más placenteros que he
pasado en esta peculiar institución fue lo que la señora de la casa tuvo a bien
llamar “la iniciación de una esclava”. Unos días antes de que se produjera este
evento, nos convocó a los seis sumisos que servíamos de material de
entrenamiento en la escuela y nos anunció que quería nuestra presencia para
esa velada concreta.
Por sí mismo, eso ya suponía algo excepcional, puesto que
normalmente sólo coincidíamos tres perros por noche, ya que así siempre se
garantizaba que hubiera alguien disponible durante la semana. Sin embargo, lo
que se preparaba para aquel sábado parecía ser algo fuera de lo común. Y
vaya si lo fue.
Evidentemente, todos los sumisos acatamos la orden –de la boca de
Lady Úrsula nunca salían peticiones- y el sábado en cuestión, a la hora
convenida, estábamos totalmente desnudos y metidos en nuestras jaulas. En el
ambiente de la perrera se notaba la tensión. Todos sabíamos que aquélla no
iba a ser una velada cualquiera, podíamos intuirlo. Al parecer, nuestro hocico
de perros se estaba desarrollando a marchas forzadas.
Estuvimos encerrados en silencio durante un espacio de tiempo
indeterminado y, aunque cuesta mucho calcularlo cuando se está en esa
situación, yo diría que permanecimos en aquella situación durante algo más de
una hora. Sólo quien ha vivido algo así puede comprender de qué forma tan
extraña pasan los minutos. Primero, se siente la desnudez: es casi como si el
aire te acariciara en todo momento. Después, empiezan los nervios: ¿cuánto
hará que estamos así? Los primeros ruidos no tardan en escucharse: aunque
ningún perro se atreve a abrir la boca, los más leves movimientos hacen que
las jaulas chirríen. Luego llega el sudor: en parte por los nervios, en parte por la
concentración de ejemplares en una sala relativamente reducida. Ese sudor no
tarda en helarse y entonces aparece el frío. Pero es un frío que no dura, porque
de nuevo nos cubre el sudor. Empieza así un ciclo durante el cual nuestro
cuerpo manifiesta todos los temores que nuestra mente le transmite: ¿qué nos
estará esperando?, ¿qué prepararan nuestras señoras para esta ocasión?,
¿seremos capaces de soportarlo?, ¿estaremos a la altura?, ¿se sentirán
satisfechas nuestras dominatrices?
Es difícil expresar en palabras qué se siente pasando una hora de
espera en la jaula. Es algo que hay que vivir para poder comprenderlo. Esa
situación es, en sí misma, una refinada forma de tortura, pero también un modo
de crear una tremenda ansiedad en el sumiso, ansiedad que se convierte por
un lado en miedo y por el otro en un enorme deseo de servidumbre. Deseo
que, por supuesto, no tarda en canalizarse cuando se cae en manos del ama.
La oscuridad que inundaba la perrera se rompió de forma súbita, como
ocurría siempre en aquel lugar, cuando la señora Lorena abrió la puerta
enérgicamente.
-¡Perros de mierda, despertaos! –nos saludó con su habitual delicadeza-.
Lady Úrsula y sus invitadas se dirigen hacia aquí. Más os vale causarles buena
impresión.
Tuvimos que hacer verdaderos esfuerzos para que nuestros ojos se
acostumbrasen a la luz después de haber permanecido a oscuras durante tanto
tiempo y, a la vez, fuimos adoptando las posturas de ofrecimiento que se nos
habían enseñado, para lo que se hacía necesario luchar con la estrechez de la
jaula. Pero lo cierto es que estábamos bien amaestrados, incluso yo, que era el
último en haberme incorporado a la institución, por lo que enseguida estuvimos
todos a cuatro patas en nuestras jaulas, con las cabezas inclinadas, esperando
la preceptiva inspección por parte de las señoras.
Los tacones que se escucharon procedentes del pasillo anunciaban la
llegada de una legión de dóminas, lo que hizo que la alteración entre los perros
fuese en aumento. Pronto los zapatos que habían provocado aquel estruendo
estaban paseándose ante nosotros. Era lo único que podíamos ver de las
señoras, puesto que levantar la vista se consideraría una desfachatez
merecedora de tremendos castigos, pero era suficiente para comprender que
aquélla iba a ser, en efecto, una velada especial. Pude contar al menos doce
pares de zapatos exquisitos, elegantes, dignas fundas para los pies de las
dominatrices que los calzaban, y también un par de zapatos que se ofrecían
descubiertos, protegidos tan sólo por unas sandalias sin ningún tipo de tacón,
calzado ciertamente sorprendente de ver en aquél lugar.
-¿Qué os parece la mercancía, amigas mías? –preguntó Lady Úrsula.
Hubo un rumor que pareció de aprobación, tras el cual la señora de la
casa se dirigió a una de sus invitadas de forma directa.
-¿Crees que servirán para esta ceremonia?
-Espero que sí. Por su propio bien, espero que sí.
Aquellas palabras provocaron en nosotros el efecto que sin duda
buscaban y estoy seguro de que mi espalda no fue la única que sintió cómo un
escalofrío la recorría.
-Perfecto –respondió Lady Úrsula-. Lorena, abre las jaulas y tráenos a
estos perros a la gran sala.
Acto seguido, los tacones resonaron de nuevo, indicándonos que Lady
Úrsula y sus invitadas se dirigían ya hacia la sala de reuniones de la escuela, la
que se usaba para las clases colectivas y los castigos públicos. La señora
Lorena se encargó entonces de abrir las jaulas una por una, sacándonos de
mala manera de las mismas y colocándonos un collar de perro a cada uno con
su correspondiente cadena. Una vez nos tuvo preparados, cogió de la mano
todas las cadenas y, tirando de ellas, nos arrastró hasta la gran sala.
Avanzamos por el pasillo a cuatro patas, tratando de no perder el ritmo,
y una vez en la sala nos llevó hasta el lugar en el que estaba el trono de Lady
Úrsula. Nos colocó frente a ella, donde permanecimos de rodillas con los ojos
clavados en sus zapatos.
-Bien, perros, mostradles a mis amigas lo bien educados que estáis.
Presentadme vuestros respetos.
Fue curioso, porque lo que ocurrió entonces no estaba previamente
planeado ni lo habíamos hecho antes, pero sucedió de una forma tan natural
que al menos para mí resultó sorprendente. Uno por uno, subimos a cuatro
patas los tres escalones que había hasta el trono y besamos sumisamente los
dos zapatos de la señora de la casa. Fue una adoración sencilla pero
extremadamente bien coordinada, sobre todo teniendo en cuenta que, como
digo, no estaba ensayada.
-Ahora quiero que todas mis invitadas puedan ver bien la mercancía. De
uno en uno iréis subiendo al patíbulo para que puedan observaros.
Empezó entonces un peculiar desfile de modelos. Yo fui el cuarto en
subir al patíbulo que había en el centro de la sala y pasear un poco por él. Me
sentía avergonzado, tremendamente desnudo ante aquellas miradas que me
escrutaban, pero también muy excitado por el morbo que tenía la situación que
estaba viviendo.
Aproveché la altura de aquella tarima para ver algo más de las señoras
que se habían reunido en la escuela aquella noche. Aunque tenía que
mantener la cabeza baja en señal de sumisión, al estar más alto que ellas
podía ver un poco cómo estaba formado el grupo. Pude constatar que,
efectivamente, había once mujeres más aparte de Lady Úrsula y su cruel
ayudante. Nueve de ellas estaban cómodamente sentadas y, aunque no pude
ver la cara de ninguna de ellas, observé por sus cuerpos que debían de formar
un grupo muy heterogéneo en cuanto a edades y aspectos.
Lo que más me llamó la atención fue el hecho de que una de las mujeres
no estuviera sentada como lo estaban las otras, sino que estaba arrodillada. Se
trataba de algo sorprendente, algo que nunca antes había visto en aquel lugar
en el que la supremacía femenina era la norma más obvia de la casa.
Aunque no pude verle la cara, porque tenía la cabeza baja, con su negra
melena larga cayendo hacia delante, pude intuir por su piel que era una mujer
joven, por su cuerpo que era delgada, por su postura que era sumisa… algo
que en ningún momento habría esperado ver en aquel lugar. Sin embargo,
recordé que Lady Úrsula nos había hablado de aquella velada llamándola “la
iniciación de una esclava”. Al principio, yo había pensado que se trataría de
uno de nosotros al que iba a feminizar, a convertir en puta. Nunca habría
imaginado que usar el término “esclava”, en femenino, se refiriera
verdaderamente a la presencia en la escuela de una mujer sumisa.
Después de habernos exhibido ante las demás dóminas, Lady Úrsula
nos ordenó quedarnos de rodillas frente a su trono, aunque en esta ocasión
nos dijo que nos pusiéramos de cara al patíbulo. Teniéndonos allí dispuestos,
como si fuésemos su guardia pretoriana de esclavos, se dirigió a las demás
señoras.
-Todas sabemos por qué estamos aquí esta noche, una noche que va a
ser muy especial, sobre todo para nuestra buena amiga Diana y su perra
marta. Estamos aquí reunidas para ser testigos de la ceremonia de iniciación
de la esclava, de imposición del collar de su dueña. A partir de esta noche,
marta ya no será una sumisa cualquiera, ni siquiera una sumisa a prueba bajo
la protección de Diana. Esta noche se convertirá en su esclava, lo que supone
un vínculo mucho más fuerte, un vínculo indestructible, que unirá para siempre
su destino al de su dueña. Diana, cuando quieras, puedes empezar la
ceremonia.
A pesar de lo reducida que resultaba mi visión de la sala, pude ver
haciendo un poco de trampa cómo una de las señoras, que sería sin duda la tal
Diana, se levantaba de su sillón y subía al patíbulo seguida, a cuatro patas, por
la que iba a convertirse en su esclava, que era la chica a la que había visto
arrodillada y que, por lo que vi ahora, era también la que llevaba las sandalias
sin tacón. Poco a poco, todo empezaba a ir cuadrando.
Diana se situó de pie en el centro del patíbulo y marta se quedó de
rodillas frente a ella. Se notaba en la sumisa una emoción contenida, mezcla
seguramente de nervios y de deseo de llegar a ser lo que de verdad quería ser
para el resto de su vida.
-Desnúdate –le ordenó Diana-. Quiero que todas mis amigas vean bien
el cuerpo de mi perra.
La joven obedeció y se quitó el ligero vestido que llevaba y su cuerpo
desnudo quedó expuesto de inmediato ante las miradas de todas las mujeres
presentes y también la de los perros, puesto que no creo que nadie se quedara
sin hacer un poco de trampa con la mirada, forzando al máximo el ángulo de
visión sin que se notara que se levantaba un poco la cabeza. No llevaba ropa
interior de ninguna clase, por lo que pudimos apreciar que tenía un cuerpo
verdaderamente atractivo, casi de modelo. Era delgada, con un vientre liso
debajo del cual destacaba la ausencia absoluta de vello, puesto que su pubis
estaba totalmente rasurado.
Tenía los pechos más bien pequeños, pero eso no era un problema.
Encajaban perfectamente en el conjunto de su cuerpo, dándole un aire delicado
que contrastaba con el aire salvaje que le otorgaban sus pezones duros y
respingones. Su cara era la de un ángel y sus ojos, verdes, eran sencillamente
preciosos. Una mujer como aquélla debía ser una diosa, debía tener una legión
de adoradores como nosotros, pero no era ése el camino que ella había
escogido. Y eso la hacía más atractiva todavía. Era una Venus nacida diosa
que elegía libremente convertirse en esclava. ¿Podía existir algo más bello que
eso?, ¿algo que resultara más excitante?
Todas las presentes aprobaron con sus sonrisas la calidad de la
mercancía y marta, humildemente, se arrodilló de nuevo frente a su señora.
Lorena subió entonces al patíbulo llevando en una bandeja un collar de perro y
se lo ofreció a Diana.
-Éste es el collar que indica que me perteneces –le dijo a su esclava
mientras lo tomaba en sus manos-. Cuando te lo ponga, dejarás de tener
voluntad propia y pasarás a ser sólo una propiedad mía. Podré hacer de ti lo
que se me antoje, usarte como me apetezca, prestarte a quien quiera, incluso
deshacerme de ti si llegas a cansarme. Tú, por tu parte, no harás en la vida
nada más que servirme. Dejarás tu trabajo, a tus amigos, a tu familia, y te
instalarás en mi casa, donde vivirás sólo para ser mi esclava. ¿Es eso lo que
quieres?
-Es lo que quiero, señora –respondió la sumisa con convicción.
-Piénsatelo bien. Esto ya no es ningún juego, no es una forma diferente
de disfrutar. Es una forma de vida que cambiará totalmente la que has llevado
hasta ahora. ¿Crees que vas a poder hacerlo?
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ESCUELA DE AMAS (QUINTA PARTE)
Posted:Dec 11, 2008 12:23 pm
Last Updated:May 12, 2024 11:48 am
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El encuentro con Lucía durante la clase magistral sobre sexo anal que
Lady Úrsula había impartido me resultó al principio incómodo. Me sentía como
si me hubieran descubierto, como si me hubieran pillado en falta, como si de
repente mis pasiones más secretas hubiesen salido a la luz. No obstante, a
medida que fueron pasando los días, mi percepción sobre aquella extraña
casualidad cambió completamente.
Empecé a ver las cosas de otra manera y a pensar que tal vez aquélla
era la oportunidad que durante tanto tiempo había estado esperando. Lucía
parecía complacida de haberme encontrado y, por lo que había dicho,
seguramente pensaba sacarle partido. Tal vez incluso quisiera tomarme como
su esclavo. Seguramente eso le resultaría de lo más morboso. Como lo sería
también para mí, por qué negarlo.
Ella había sido sin lugar a dudas la mujer de mis sueños durante toda mi
adolescencia, como lo había sido de hecho para todos los chavales de mi
instituto. Era preciosa y, además, estaba muy desarrollada para su edad, cosa
que la hacía destacar más todavía entre todas sus compañeras de clase. Pero
además de eso, era una chica muy segura de sí misma, envuelta siempre por
un aura de inaccesibilidad absoluta que, como es natural, la hacía aún más
atractiva.
Someterme a ella era algo que ni en mis delirios más ambiciosos y
optimistas podía llegar a imaginar, pero no sólo por lo atractiva que era –los
años parecían haberla ayudado a mejorar antes que castigarla como a los
demás-, sino muy especialmente por lo humillante que resultaría convertirme
en el perro de una antigua compañera de instituto.
A medida que iban pasando los días, mi mente calenturienta saboreaba
la posibilidad de convertir en realidad un sueño tan delicioso, pero su
realización se estaba retrasando de una forma peligrosamente alarmante.
Mientras, seguía mi rutina en la escuela, siendo castigado duramente por las
discípulas de Lady Úrsula y sirviendo de conejito de indias en las clases que
ésta impartía si le parecía que yo podía resultarle de utilidad.
Fue tres semanas después del primer día en que coincidí con Lucía en
la escuela cuando ella volvió a aparecer por ahí. Yo estaba en la perrera, junto
a dos esclavos más, metido en mi jaula esperando ser usado por alguna de las
alumnas, cuando la vi aparecer. Estaba sencillamente radiante: llevaba un traje
chaqueta negro muy elegante y calzaba unos relucientes zapatos de tacones
tan altos que parecían desafiar a todas las leyes de la física. Supuse, por su
aspecto, que le iría bien en la vida. Mucho mejor que a mí, seguramente, lo
cual no dejaba de ser más humillante (y delicioso) todavía.
Se paseó frente a las jaulas, observando a los tres perros entre los que
podía elegir al que iba a someterse a sus caprichos de aquella noche y se
detuvo frente a la mía. Pidió a Lorena que me sacara de la jaula para
examinarme mejor y la pelirroja lo hizo del modo habitual: abrió la puerta, tiró
de la cadena de perro que llevaba atada al collar y me arrastró fuera de la
jaula. Dándome un cachete en las nalgas me indicó que debía levantarme y yo,
que conocía bien el ritual, la obedecí de inmediato.
Lucía dio un par de vueltas a mi alrededor observándome
detenidamente, rozándome un poco. Después me manoseó cuanto quiso, lo
cual resultaba encantadoramente humillante para mí, que me sentía expuesto
como el ganado que va a ser vendido. Tuve que contener mis ansias de
arrojarme a los pies de aquella mujer y suplicarle que me convirtiera en su
esclavo. Cuando Lucía consideró que la inspección había sido ya suficiente, se
dirigió a Lorena.
-Pensaba que aquí siempre teníais material de primera. ¿De dónde
habéis sacado esto?
-Es una adquisición relativamente reciente. No es gran cosa, pero tiene
bastante resistencia al castigo. Si lo usas, no te defraudará.
-Eso me permito dudarlo, amiga mía. Creo que prefiero a ese otro.
Sácalo de la jaula para mí, por favor.
Y así fue como Lucía escogió a otro de mis compañeros de penas y me
dejó totalmente frustrado y a merced de la fusta de Lorena, que me dio una
buena tanda de azotes para descargar la furia que le había provocado que, por
mi culpa, por ser un esclavo tan poco apetecible, se criticase el nivel de la
escuela.
Y así me quedé durante un buen rato, con el culo rojo por los golpes y
una sensación de rechazo tan degradante que sentía que la humillación sufrida
me ardía por dentro mucho más de lo que me ardían las nalgas a pesar del
castigo que habían recibido.
Se estaba haciendo tarde y pensé que esa noche ya no iba a ser usado
por nadie pero, contrariamente a mi suposición, mis desgracias para aquella
velada no habían hecho más que comenzar. Me había quedado sólo en la
perrera, por lo que hubo pocas dudas de quién iba a ser la víctima de la
siguiente aprendiz que llegó requiriendo un esclavo con el que experimentar.
Llegó acompañada de Lady Úrsula y eso me extrañó, puesto que solía
ser su ayudante, la señora Lorena, la que nos mostraba normalmente a la
clientela. Pero lo que más llamó mi atención no fue eso, sino el aspecto de la
aprendiza en cuestión, a la que pude ver brevemente con una mirada furtiva
antes de bajar la vista al suelo como para mí era preceptivo hacer.
Se trataba de una mujer físicamente muy poderosa, una culturista, sin
duda, que dejaba intuir unos enormes músculos que el vestido que llevaba
permitía admirar en toda su plenitud: los brazos no eran exageradamente
gruesos, pero se apreciaba que eran pura fibra, mientras que las piernas,
mayores que las que se podían considerar normales en una mujer, parecían
dos columnas de mármol.
-Este perro va a ser perfecto para lo que tú quieres –le decía
afablemente la señora de la casa a su clienta-. Puedes disponer de él durante
el resto de la noche.
Una vez fuera de la jaula, la mujer me inspeccionó de forma más breve y
ruda que Lucía y pareció satisfecha. Lady Úrsula la acompañó entonces hasta
una de las salas equipadas para el castigo, una de las mazmorras de la
escuela, y yo las seguí a un metro de distancia, mientras la que durante aquella
velada sería mi dueña tiraba de la cadena que iba unida a mi collar de perro.
Cuando nos quedamos solos, me levantó la barbilla y se quedó
mirándome fijamente a los ojos. Era una mujer morena, de mediana edad, con
una mirada que dejaba frío. La tenía profunda y severa, efecto al que ayudaba
sin duda el aspecto tosco de una cara huesuda que culminaba el cuerpo
descomunalmente fuerte que poseía. Se apartó un poco y se quitó el vestido,
quedándose en ropa interior. Entonces pude ver en todo su esplendor un
cuerpo perfecto, trabajado concienzudamente en todas y cada una de sus
partes, con unos músculos perfectamente desarrollados. Su piel estaba
además un poco tostada, lo que le daba un aire más salvaje todavía que, debo
admitirlo, me puso bastante caliente. Las mujeres culturistas despertaban en mí
un fuerte morbo, tal vez por la naturalidad con la que se impondrían a un
hombre medio como yo, por su innegable superioridad física, o tal vez
simplemente porque me gustaban esos cuerpos.
Ella se exhibió para mí. Movió su cuerpo de forma que todos los
músculos se fueran hinchando, mostrando su potencial cuando ella así se lo
exigía. Esto no era nada habitual, desde luego, pero yo me limité a disfrutar del
espectáculo mientras en la garganta se me hacía un nudo al ver la fuerza de
aquella mujer y en mis partes bajas la excitación empezaba a hacerse
demasiado evidente.
La culturista no tardó en darse cuenta de la actividad de mi pene y no
pareció gustarle, porque se acercó a mí y me dio una manotada salvaje justo
sobre el miembro que me hizo ver las estrellas.
-Te estoy mostrando mi cuerpo para que lo admires por su valor atlético,
imbécil, no para que te excites como un maldito salido.
-Lo siento, señora –conseguí decir cuando recuperé el aliento, pero mis
disculpas ya carecían de sentido. Mi sentencia estaba firmada. Probablemente,
lo estaba ya antes incluso de que me sacaran de la jaula. Al fin y al cabo,
aquella mujer había venido allí con un objetivo muy claro.
Me cogió bruscamente por el pelo y me arrastró hasta el centro de la
sala, en la que había un potro. Me hizo subir al mismo, me ató y me amordazó.
-Algunas veces me gusta escuchar cómo gritáis, pero hoy no me
apetece. Además, los gritos van a ser demasiado altos, te lo aseguro.
Dicho esto, se puso unos guantes negros de piel y me acarició
brevemente con ellos, justo antes de empezar a darme palmadas por todo el
cuerpo. Al principio no eran muy fuertes, pero fueron ganando rápidamente
intensidad hasta resultar un castigo tan duro como el que pudiera inflingirse con
cualquier instrumento. Y es que aquella mujer, con los brazos que tenía, no
necesitaba ninguna ayuda adicional.
No sabría decir durante cuánto tiempo estuvo golpeándome, sólo sé que
cuando se dio por satisfecha todo mi cuerpo estaba totalmente rojo. La
irritación en mi piel me estaba matando y, a buen seguro, al día siguiente
estaría cubierto de moratones. Ella recorrió con ojos de estudiosa cada
centímetro de mi castigado cuerpo para observar cómo había quedado y
pareció contenta. Al parecer, la técnica había dado el resultado esperado.
Pero lamentablemente para mí, quería probar otras cosas. Cosas que
me resultaron más duras todavía y que, además, no eran habituales en otras
dominatrices. Me desató y me hizo acostarme en el suelo, cosa que agradecí,
puesto que el frío de las baldosas rebajó un poco el escozor que sentía en todo
el cuerpo. Sin embargo, la sensación de alivio fue muy corta. Duró apenas
unos segundos, los que ella necesitó para sentarse sobre mi pecho y empezar
un nuevo tormento. La presión era fuerte pero, aun así, pude apreciar el olor a
mujer que desprendía su sexo y sentí sobre mi pecho una humedad que sólo
podía ser fruto de la excitación.
Entonces empezó la verdadera tortura. Puso un muslo a cada lado de mi
cabeza y los apretó con fuerza. Pude comprobar entonces que la fuerza que
tenía en las piernas era sencillamente sobrenatural. Yo me sentía como si la
cabeza me fuera a estallar, como si de un momento a otro fuera a ser incapaz
de soportar la presión que se ejercía sobre ella.
Aquel brutal tormento se prolongó durante un buen rato y, cuando por fin
terminó, me sentía mareado y confuso. A pesar de eso, pude apreciar que el
olor a hembra, si se me permite la expresión, había aumentado
considerablemente.
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